5.
En
España, durante el siglo XI convivian cristianos, judíos y
musulmanes. En una de las revueltas hubo una gran matanza de judíos
y estos respondieron organizando un complot.
El
lugar elegido para la reunión fue la casa de Diego Susón, judío
converso, cabecilla de la revuelta. Este banquero vivía con su hija
Susana Ben Susón, conocida en la ciudad como “la fermosa fembra”
quién comenzó a verse con un caballero cristiano.
Una
noche, mientras esperaba en su casa que todos se acostasen para ir al
encuentro de su amante, se enteró de la conspiración que tramaban
los suyos con su padre a la cabeza, parte de la cual consistía en
asesinar a los principales cargos públicos y caballeros de la
ciudad. Temiendo que le pasase algo a su amado, Susona acudió a él
para advertirlo del peligro que corría y que así este pudiese
ponerse a salvo. Ponía en peligro a toda la colonia judía de
Sevilla.
Su
amante informó inmediatamente al asistente de la ciudad, don Diego
de Merlo, quien ordenó detener a los cabecillas de la misma. Pocos
días después fueron ahorcados en Tablada.
A
partir de aquí termina la historia y empieza la leyenda. Al ser
repudiada por su pretendiente y por los judíos, como causante de la
muerte de su propia gente, y tras caer en la cuenta de su grave
error, desesperada, busca ayuda en, donde el arcipreste Reginaldo de
Toledo, obispo de Tiberíades, la bautiza y le da la absolución,
aconsejándole que se retirase a hacer penitencia a un convento, como
así lo hizo y permaneció allí varios años hasta tranquilizar su
espíritu. Más tarde, volvió a su casa donde en lo sucesivo llevó
una vida cristiana y ejemplar.
Se
respetó su voluntad y, tras su muerte, y durante más de un siglo,
hasta bien entrado el 1.600, permaneció la cabeza de esta en dicho
lugar en la conocida por este macabro motivo como calle de la Muerte.
Tiempo
después se colocó un azulejo con una calavera y se cambió el
nombre de la calle, por el de Susona.
*Otra
versión es diametralmente opuesta: fruto de sus amores con un obispo
tuvo dos hijos y, tras ser abandonada por éste, se hizo amante de un
comerciante de la ciudad.
A
la muerte de y tras abrir su testamento, se encontró en él escrito:
“Y
para que sirva de ejemplo a los jóvenes en testimonio de mi
desdicha, mando que cuando haya muerto separen mi cabeza de mi cuerpo
y la pongan sujeta en un clavo sobre la puerta de mi casa, y quede
allí para siempre jamás”.
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