viernes, 16 de mayo de 2014

Susona, la fermosa fembra


5.


En España, durante el siglo XI convivian cristianos, judíos y musulmanes. En una de las revueltas hubo una gran matanza de judíos y estos respondieron organizando un complot.
El lugar elegido para la reunión fue la casa de Diego Susón, judío converso, cabecilla de la revuelta. Este banquero vivía con su hija Susana Ben Susón, conocida en la ciudad como “la fermosa fembra” quién comenzó a verse con un caballero cristiano.
Una noche, mientras esperaba en su casa que todos se acostasen para ir al encuentro de su amante, se enteró de la conspiración que tramaban los suyos con su padre a la cabeza, parte de la cual consistía en asesinar a los principales cargos públicos y caballeros de la ciudad. Temiendo que le pasase algo a su amado, Susona acudió a él para advertirlo del peligro que corría y que así este pudiese ponerse a salvo. Ponía en peligro a toda la colonia judía de Sevilla.
Su amante informó inmediatamente al asistente de la ciudad, don Diego de Merlo, quien ordenó detener a los cabecillas de la misma. Pocos días después fueron ahorcados en Tablada.
A partir de aquí termina la historia y empieza la leyenda. Al ser repudiada por su pretendiente y por los judíos, como causante de la muerte de su propia gente, y tras caer en la cuenta de su grave error, desesperada, busca ayuda en, donde el arcipreste Reginaldo de Toledo, obispo de Tiberíades, la bautiza y le da la absolución, aconsejándole que se retirase a hacer penitencia a un convento, como así lo hizo y permaneció allí varios años hasta tranquilizar su espíritu. Más tarde, volvió a su casa donde en lo sucesivo llevó una vida cristiana y ejemplar.
Se respetó su voluntad y, tras su muerte, y durante más de un siglo, hasta bien entrado el 1.600, permaneció la cabeza de esta en dicho lugar en la conocida por este macabro motivo como calle de la Muerte.
Tiempo después se colocó un azulejo con una calavera y se cambió el nombre de la calle, por el de Susona.
*Otra versión es diametralmente opuesta: fruto de sus amores con un obispo tuvo dos hijos y, tras ser abandonada por éste, se hizo amante de un comerciante de la ciudad.
A la muerte de y tras abrir su testamento, se encontró en él escrito:
Y para que sirva de ejemplo a los jóvenes en testimonio de mi desdicha, mando que cuando haya muerto separen mi cabeza de mi cuerpo y la pongan sujeta en un clavo sobre la puerta de mi casa, y quede allí para siempre jamás”.

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